Acompañando a Maria y José en el camino hacia Belén.
Maria, ha llegado el momento de descansar.
José te ayuda a bajar del asno, tiende una lona debajo de un árbol y te ayuda a
sentarte en esa tierra tan arida y reseca, siendo tu toda fertilidad y vida. Te
prepara algo de comida que restaure tus fuerzas. El quiere que descanses.
Se aleja con el asno para que él también coma
algo y beba de un riachuelo que hay allí cerca, lo amarra (ata) en el arbol y
vuelve donde tú estás. Se sienta a tu lado, come algo. El cansancio le vence y
se queda dormido. Tú te quedas mirándolo. Tu corazón rebosa de amor, ternura,
agradecimiento.
Cuánto te ama y cuánto ama a su DIOS y cuanta
inmensidad de amor en hacer su voluntad. Todo su ser rebosa JUSTICIA. Es
realmente el hombre mas justo en el que brillan honradez, paz, bondad, obediencia, mansedumbre, prudencia y sobre todo castidad. Es el hombre a quien Dios se ha
revelado en su sueño, el sueño que ha puesto punto final a una angustia vivida
en un silencio respetuoso y ha abierto la etapa del asombro que colorea su
obediencia fiel. El ha dicho también su fíat a una misión especial, que a la vez
se le presentaba algo dura quizás. Ha puesto su firma en una hoja en blanco en
la que Dios ha empezado a escribir, ahí está la prueba de la inmediata marcha
hacia Belén.
Maria, en medio de tu cansancio, tienes el
consuelo de la cercanía y amor del hombre que Dios ha puesto a tu lado.
De tu corazón rebosante de gratitud a Dios
sale como un canto parecido ha este Salmo 135: -porque eterna es su
misericordia-.
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