Quien quiera que seas, cuando en esta marejada del mundo, te sientas llevado a la deriva por la tormenta y la tempestad, no quites los ojos de la luz de esta estrella.
Cuando se desencadenen les ráfagas de la tentación, cuando te precipites por los arrecifes de la adversidad, mira la estrella, llama a María!
Si el orgullo, la ambición, la envidia te envuelven en sus olas, mira la estrella, implora a María!
Si la cólera o la avaricia, los hechizos de la carne sacuden la barca de tu alma, vuelve tus ojos a María.
Cuando, atormentado por la enormidad de tus faltas, avergonzado de las manchas de tu consciencia y aterrado por las amenazas del juicio te dejes atrapar por la vorágine de la tristeza, o ruedes por el abismo de la desesperanza, piensa en María.
En el peligro, en la angustia, en las situaciones críticas, acude a María. ¡Invócala!
Que su nombre no abandone tus labios, que no se aleje de tu corazón. ¡No ceses de imitar su vida... Y reza ese rosario diario en honor a esa madre! (San Bernardo de Clairvaux)