Maria, tú sigues caminando llevada por el infatigable burrito, que jamas a cargado algo tan lleno de valor como Tu Madre Virginal.
Miras a José, el hombre de la estirpe de David, el designado por Dios a ser padre adoptivo de tu Hijo, protector tuyo tambien.
El silencio del día recién estrenado concilia tu contemplación. Acuden a tu corazón las palabras del Génesis que hablan de el León de Judá, a quien nadie quitará el bastón del mando, a quien todos los pueblos rendirán homenaje.
Sin embargo, a estas palabras corresponde una realidad distinta. Tú crees profundamente en las escrituras y tu fe te hace confiar en el Señor, y continuas con esa desmedida confianza, en cuya palabra te apoyas.
José y Tu sin embargo, no pueden soñar grandezas. La humildad, la pobreza, el silencio y el anonimato son el tejido de Tu existencia, pero es en la tierra donde crecerá el Niño que llevas dentro, ese REY que se hace pequeño para asi demostrar su omnipotencia!.
Una vez más aprietas tus manos contra tu vientre, como para pedir luz al pequeño que todavía no ha nacido; y le preguntas:
-¿Dime, cómo es esto? ¿Dime, dónde se ve tu grandeza?-.
-¿Dime, cómo es esto? ¿Dime, dónde se ve tu grandeza?-.
El Espíritu que ha creado en tu ser al Hijo, te da la plenitud de la paz, del consuelo del inmenso amor por toda la humanidad.
En tu corazón vas musitando las palabras del Salmo 71:- “Todos los reyes se postrarán ante El, le servirán todas las naciones. Porque El librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara; se apiadará del débil y del pobre, el alma de los pobres salvará”-.
A través de ellas sientes el gozo que traerá tu hijo a los humildes, a los pobres, a los necesitados de EL...
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